EXPEDIENTE TECNICO MONUMENTO NACIONAL
MONUMENTO HISTORICO “ISLA DE LOS MUERTOS”
Categoría : Monumento Histórico
Ubicación : A 3 kilómetros de Caleta Tortel
Comuna : Tortel
Región : De Aisén del General Carlos Ibañez del Campo
Decreto : D.E. Nº281 23/05/2001
Categoría : Monumento Histórico
Ubicación : A 3 kilómetros de Caleta Tortel
Comuna : Tortel
Región : De Aisén del General Carlos Ibañez del Campo
Decreto : D.E. Nº281 23/05/2001
1.- PRESENTACION
La “Isla de los Muertos” es el sitio más antiguo con construcciones “occidentales” conocido en la XI Región y quizá sea el sitio histórico más valioso que existe actualmente en esta región, donde éstos son particularmente escasos, debido al reciente poblamiento, al deterioro propio de las inclemencias climáticas y los incendios, entre las razones más relevantes.
La “Isla de los Muertos” con sus actuales 33 cruces, es testimonio del respeto que ha tenido la comunidad de Tortel hacia este espacio por ya casi un siglo y del deterioro permanente provocado por las fuerzas naturales.
No es conocida cual fue la razón de las muertes que dieron origen a este cementerio y es probable que nunca se sepa. Tal vez el misterio constituya otro valor de este lugar.
La “Isla de los Muertos”, además de sus valores históricos, es una excelente representante de las especiales e interesantes condiciones naturales que se dan en el delta del Baker, el principal río de Chile. Se resumen aquí, además de su constitución geomorfológica fluvial, los biomas existentes en la comuna, produciendo un hermoso marco de selva fría en un entorno de paisaje soberbio de cordilleras y glaciares, que, aparte del valor que tiene por si mismo, realza aún más el misterio de lo allí acontecido.
El valor histórico y natural de la “Isla de los Muertos” es asumido sólo en las dos últimas décadas, luego de diversas investigaciones históricas, arqueológicas y forestales, al tomar la I. Municipalidad de Tortel cartas en el tema y al ser conocido el sitio a través de reportajes de medios de comunicación nacionales.
La inquietud de proteger y conservar este sitio y de ponerlo en valor surge también como producto de las investigaciones, principalmente aquellas encabezadas por el Dr. Francisco Mena y luego como parte del proyecto “Prevención y Preparación Ambiental y Turística en Tortel, Región de Aisén Reserva de Vida”, que ejecuta CODESA y CODEFF Aisén con la I. Municipalidad de Tortel, entre otros y con el financiamiento del Fondo de las Américas. Es así como ejecutivos del Consejo de Monumentos Nacionales visitan el lugar en enero del 2000, decidiéndose la realización de los trámites para declarar Monumento Nacional a la Isla de los Muertos.
La declaración como Monumento Histórico de este sitio constituirá la primera en su tipo en la Región de Aisén y por cierto facilitará el desarrollo de acciones tendientes a conservarlo y ponerlo en valor, en beneficio del patrimonio y la identidad regional, así como del turismo.
2.- ANTECEDENTES FISICOS
2.1 UBICACION:
La “Isla de los Muertos” se encuentra en la Comuna de Tortel, Provincia Capitán Prat, XI Región de Aisén y se localiza en el delta-desembocadura del Río Baker, unos 3 Km al norte del poblado de Caleta Tortel, capital comunal. Al norte de la isla y frente al cementerio histórico se observa un sector empinado de roca blancuzca expuesta por un aluvión. La ubicación geográfica es 47º 46’ 44,8” latitud Sur y 73º 36’ 35,8” longitud W.
El acceso a la isla se efectúa navegando el Río Baker, lo que desde Caleta Tortel toma al menos 15 minutos.
2.2. SUPERFICIE:
La isla en sí tiene una superficie de 39 hectáreas y el cementerio histórico alrededor de 248 m2 cercados en los años 80 por la I. Municipalidad de Tortel. Es posible que el cementerio originalmente haya tenido un tamaño mayor hacia el norte, donde se dice el río se habría llevado algunas tumbas. De hecho el Baker se encuentra a sólo 1.4 metros del cerco y 10 cms. bajo la superficie del cementerio.
2.3. CONTEXTO NATURAL:
La isla se formó en base a los depósitos de arena, ripio y limos que se producen en el encuentro del Río Baker con el estuario de mar interior. Por ello es prácticamente lisa y de baja altura sobre el nivel del cauce del río más caudaloso de Chile. El suelo es fluvio-glaciar con escaso desarrollo en el horizonte orgánico y una profundidad de arraigamiento de sólo 70 cm. a causa del sustrato de arcilla compacta presente. Es un suelo joven en continua dinámica, lo que también le confiere una alta susceptibilidad a la erosión.
El clima es templado-frío-lluvioso con precipitaciones sobre los 3.500 mm/año y largos períodos de escarcha, lo que permite el crecimiento vegetal en sólo 2 a 4 meses al año.
La vegetación existente corresponde a los tres biomas presentes en la comuna, el de Monte Arbóreo Perennifolio (coigüe mixto), el de transición al Bioma Arbóreo Caducifolio (ñire) y el del Bioma Herbáceo Estepario (mallín) (IREN,1980). También se observan sectores de turbera. Esta poco común conjunción de biomas terrestres y la transición entre ellos, además de aquella con el bioma hídrico de agua dulce con influencia de las mareas, constituye un hábitat muy particular y lleva a que aquí se observe una variedad de especies muy superior a lo habitual en la zona. También están a la vista las sucesiones ecológicas a partir de la constitución del suelo de la isla desde la arena y el limo y en zonas inundadas (xerosere e hidrosere).
De acuerdo a Gajardo, 1994, aquí se produce el encuentro o transición entre el Bosque Siempreverde de Puyuhuapi y el Matorral caducifolio altomontano.
El tipo forestal presente es el Coigüe de Magallanes, representado en su dosel superior por Nothofagus betuloides (coigüe de Magallanes), Notofagus nítida (coigüe de Chiloé) y Podocarpus nubigena (mañio) y en el dosel intermedio por ñire, canelo, ciruelillo, fuinque, sauco, luma y coligüe.(Narváez,M, CONAF Provincial Capitán Prat). También se observan varios tipos de helechos, calafate, pangue, chaura, cadillo, anémona, vaultro, pasto serrucho, chacay, meki o siete camisas, y una importante regeneración de canelo, además de una gran extensión de juncos y junquillos en los sectores de ñadi y mallín) entre las especies que se han identificado. A éstos es imprescindible agregar una interesante variedad y cantidad de líquenes, musgos y hongos.
Otro aspecto destacable es que en las zonas afectadas por inundación intermareal se encuentran bancos de dos especies de moluscos de agua dulce endémicos de la zona sur. Diplodon (diplodon) chilensis, conocido como chorito de agua dulce y del gasterópedo dulceacuícola Chilina patagunicus, los que solo se encuentran en lugares prístinos y sin contaminación (Letelier V,S.). Este interesante descubrimiento fue hecho por investigadores del museo de Historia Natural, en febrero 2001, y que consideran que el lugar es de alto interés científico.
El paisaje del área es dominado por el Cerro Las Heras, muro de granito y hielo que se levanta en el borde norte del delta, por las aguas verde lechoso del Baker y por la exuberante vegetación de selva fría. Sin duda que es un paisaje hermoso y que es parte de un Área Preferentemente Turística identificada por el Plan Maestro de Desarrollo Turístico (SERNATUR).
LA ISLA DE LOS MUERTOS
En septiembre de 1905, doscientos obreros chilotes se embarcaban en las bodegas del vapor Dalcahue para viajar hasta la desembocadura del Río Baker. Iban a Bajo Pisagua, contratados por la Compañía Explotadora del Baker, para construir senderos, corrales, galpones, barracas y casas en los terrenos que el gobierno de Chile había entregado a esa sociedad ganadera.
El vapor Dalcahue de la empresa de navegación Menéndez Behety, se interna por los laberínticos canales patagónicos. Viaja entre boscosas islas despobladas, esquiva fiordos traicioneros, islotes plagados de cormoranes y patos liles. El ruidoso de trueno de sus motores espanta bandadas de cuervos marinos y gaviotas; centenares de focas y lobos de mar que asustados desde los requeríos se lanzan al mar.
En Bajo Pisagua el vapor desembarca su carga de obreros, herramientas y alimentos. El capataz, un inglés de nombre Williams Norris, ordena la construcción de una casa de administración, corrales, establos, un galpón de guardar los alimentos y las herramientas, y una barraca que será dormitorio y comedor de los peones.
Transcurren los meses derribando a hachazos enormes árboles, abriendo sendas por el espeso bosque, para hacer un camino que esquivando humedales y cerros llegue hasta el limite con Argentina, pasando por el Valle del Baker, y permita a las estancias de la zona del Chubut exportar lana y carne por la costa del Pacifico.
La alimentación a base de carne salada, tocino, arroz, porotos y harina; la falta de verduras y frutas frescas hacen que al tercer mes apareciera en los obreros los primeros síntomas de una extraña enfermedad. Moretones en piernas y brazos, hemorragias que indicaban daños gastrointestinales, sangramiento de encías, mareos, dolores de cabeza y una irritabilidad que hacia que cada día hubiera una o dos peleas a cuchillo entre obreros que pasaban la mayor parte del día acostados en sus literas de madera a causa de los dolores musculares y en las articulaciones. Los obreros de más edad decían que era una enfermedad producida por la sangre corrompida por su espesamiento a causa de consumir tanto alimento salado.
Pasaron los meses, y no llegaba ningún barco trayendo alimentos frescos. Los obreros permanecían en las barracas soportando los intensos fríos australes, los chubascos torrenciales, y las ventoleras intempestivas. El desanimo, y los dolores musculares les impedían continuar abriendo un camino que llegue hasta el límite con Argentina. El escaso alimento consiste en podridas salazones de bacalao, de vez en cuando alguien logra pescar algo, para olvidar esa masa de harina con gorgojos, tortillas mal cocinas entre las brazas de un fogón que permanece encendido día y noche. Las encías se ulceran y sangran, los dientes se caen.
Un día amanecieron muertos siete obreros y para prevenir el contagio de esa extraña peste, los obreros menos enfermos, los sepultaron en una pequeña isla ubicada en el delta del Baker. Nada más pudieron hacer que enterrarlos en ataúdes hechos con tablones de ciprés. Cierta vez fallecieron 28 obreros en un mismo día. A cada uno se le enterró en su tumba, con una cruz de ciprés sin escribir en ella su nombre. Tumbas desconocidas que hasta hoy permanecen en un cementerio de una pequeña isla en el delta del Río Baker, en la región de Aysén.
Por más de ocho meses los sobrevivientes permanecen aislados y abandonados en Bajo Pisagua, en las instalaciones de la Compañía Explotadora del Baker. La que iba a ser una prospera estancia ganadera, es un sitio donde casi un centenar de chilotes encontró la muerte. No llegan barcos, ni goletas que puedan sacarlos de ese infierno, ubicado entre el mar y la enrevesada selva húmeda, donde permanecen hasta que en octubre de 1906 llega un barco a rescatar a los pocos sobrevivientes. Desnutridos fantasmas sin dientes retornan a Chiloé, muchos mueren durante el viaje, otros alcanzan a llegar a morir en sus pueblos ubicados en la costa oriental de la isla grande. En Bajo Pisagua, en una pequeña isla, queda un cementerio, mudo testimonio de una tragedia. El misterio permanece en la Isla de los Muertos.
En la espesa selva austral, enmohecida de líquenes, entre las lianas de las enredaderas, y entre la espesura hermética de las plantas y helechos que crecen bajo los grandes árboles permanece este cementerio, un lugar enigmático, casi un centenar de tumbas hoy declaradas lugar patrimonial. Dicen algunos que es el cementerio de los obreros chilotes que fueron envenenados por la Compañía Explotadora del Baker para no cancelarles los salarios adeudados. Otros manifiestan que aquellos obreros murieron envenenados a causa de consumir alimentos contaminados con pesticidas de ovejas y corderos que en el barco se acumulaban en la misma bodega donde se transportaban los alimentos.
Hoy la Isla de los Muertos es Patrimonio Historico y un lugar de peregrinación turística a unos pocos kilómetros de Caleta Tortel, un pueblo de calles de madera, en las orillas del mar que es el único camino para viajar por la Patagonia Insular.
Arqueología en Isla de los Muertos
Aparentemente, la primera noticia impresa sobre una muerte masiva a principios de siglo en la desembocadura del Baker fue dada a conocer simultáneamente por el padre salesiano Alberto Agostini (1945) y el explorador A. F. Tschiffely ([1945]1996) quienes mencionan la muerte de 120 y 79 hombres, respectivamente, por causa del escorbuto y aislamiento en tiempos de la Sociedad Explotadora del Baker (1904-1908). Durante los años siguientes el tema prácticamente desapareció de la discusión, y las pocas versiones impresas de los "sucesos del Baker" se reducen a medios eruditos o de escasa circulación (Martinic 1977; Soto 1976), repitiendo la misma versión o, en todo caso, explicando las muertes como efecto no-intencional del abandono de trabajadores en la desembocadura del río Baker. La discusión sobre estos sucesos reflota a comienzos de la década del 1980, ligado a la mayor difusión e interés por la zona de Tortel y sobre todo a versiones sobre un envenenamiento masivo intencional y la cristalización del nombre "Isla de los Muertos". De hecho, los aportes más valiosos a este estudio han sido hechos recién en los últimos dos años, correspondiendo a una recopilación y análisis comparativo sistemático de la documentación, complementario a nuestras excavaciones (Mena y Velásquez 2000) y, sobre todo, a la publicación del único documento conocido escrito por un testigo directo de los hechos, en su momento y lugar (Norris, en Ivanoff 2000)
Una interpretación global de los "acontecimientos del Baker" y el cementerio de "Isla de los Muertos" requiere no sólo del estudio de los restos materiales mismos (campo propio de la arqueología, que en este caso se traslapa también con análisis más propios de la investigación forense), sino de la cuidadosa consideración de toda la evidencia documental (tanto escrita como oral). Por otra parte, el uso y evaluación crítica de testimonios orales constituye también un modesto aporte a una mayor reflexión sobre la "historia oral" (Meyer y Olivera 1971) y su integración con otro tipo de fuentes de información. La comparación de estos testimonios revela un contraste entre versiones "prudentes" (quizás excesivamente "cautas", de parte de una "historia oficial") y versiones "sensacionalistas" y "truculentas", propias de entrevistadores que buscan noticias llamativas (ej. hay pobladores que relatan historias oídas, cayendo muchas veces las versiones escritas en confusiones de fechas y actores, o en relatos que hilvanan sucesos no relacionados como si fueran parte de un solo evento).
La mayoría de los relatos disponibles se basa en testigos que parecen ser fidedignos, pero al ser comparados entre sí revelan importantes contradicciones. A riesgo de simplificar, y con el único fin de sistematizar su análisis, sin embargo, es posible distinguir entre aquellos relatos que explican las muertes en términos de una causa "natural" no-intencional (ej. hambruna, escorbuto, envenenamiento accidental) y aquellos que las consideran consecuencia de un asesinato masivo intencional por envenenamiento (arsénico, estricnina o cianuro), ya sea para aplacar un violento motín inminente, robar el dinero para pagar a los trabajadores o para cobrar indemnización fiscal. Cada una de estas versiones o sus componentes (conductas particulares) debió dejar evidencias materiales distintivas susceptibles de ser contrastadas arqueológicamente (Mena y Velásquez 2000), pero como veremos las condiciones de preservación apenas permiten descartar algunas, sin que sea posible decidir entre varias alternativas hipotéticas que han quedado como "posibles", aun después de las excavaciones. Para complicar aún más las cosas, es preciso considerar la posible intervención de otras personas en el cementerio con posterioridad a su formación. Es muy probable, por ejemplo, que algunas de las tumbas hayan sido reparadas y "embellecidas" por devotos que visitaron el lugar durante las últimas décadas (ej. cerco individual en la primera tumba, colocación de un rosario sobre la cruz 14) y que hasta hayan puesto o extraído placas de las cruces (en el primer caso, sería imposible que hayan identificado a los muertos bajo tierra por sus nombres; en ambos casos podría haber intenciones fraudulentas). Debemos agregar, además, que las crecidas del río aparentemente habrían erosionado y socavado parte del sitio.
Todos estos factores confabulan contra una interpretación simple del sitio, existiendo dudas acerca de temas tan básicos como la edad del cementerio, la naturaleza de las muertes o el número de individuos fallecidos.
Es así como se desarrolló en noviembre de 1998 una breve pero intensa campaña de investigaciones arqueológicas en el cementerio histórico Isla de los Muertos (Mena et al. 1999). Estos trabajos consistieron en el levantamiento planimétrico y fotografía de la superficie del sitio, la excavación de pozos de sondeo, registro estratigráfico y toma de muestras de tierra de los alrededores del cementerio y la excavación sistemática de una de las tumbas.
La Isla de los Muertos se encuentra en la desembocadura del río Baker, cerca del antiguo asentamiento de Bajo Pisagua, a unos 6 km al noroeste del actual poblado de Caleta Tortel. Al norte de la isla (47°46´ S, 73°36´ W) se emplazan dos hileras de cruces casi cubiertas por una exuberante selva fría formada por la lluvia permanente (4.000 mm anuales aprox.). Lo remoto de su emplazamiento, en una zona que aún hoy es accesible sólo mediante la navegación del río, contribuye a este halo de misterio.
Actualmente el cementerio ocupa una superficie de 248 m2, definida por un cerco que erigió la I. Municipalidad de Tortel y que circunda dos hileras de cruces de ciprés ubicadas en dirección general 65° NW (Figura 2). Se observan 33 cruces relativamente completas (Figura 3) y considerando la extraordinaria capacidad de conservación del ciprés y los resultados del sondeo fuera del cerco perimetral actual, no creemos que existieran antes más cruces o tumbas en estas hileras. Sin embargo, es muy probable que haya habido originalmente una o más hileras de tumbas con cruces (paralelas a las que se observan hoy) más al norte, las que pudieron ser arrastradas por las aguas del río, que en algunos puntos alcanza hoy hasta 1,5 m del cerco que rodea al cementerio.
Distribución cruces de ciprés en el cementerio Isla de los Muertos.
Figura 4. Ataúd de ciprés labrado a hacha.
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